19 Jul 2023
J julio, 2023

Comunicación interpersonal

Baltasar Rodero

Ocasionalmente, en el itinerario de nuestro camino vital, nos podemos sentir inundados de hechos, circunstancias o acontecimientos, que nos provocan una enorme inquietud emocional. Nuestro corazón late, sudamos, temblamos, incluso podemos alterar nuestra perspectiva, nos sentimos enormemente agitados, hemos sido invadidos por un tsunami, que nos ha hecho perder el equilibrio, o por lo menos lo ha puesto en peligro, y pasado un tiempo, que puede ser más o menos prolongado, llega la calma, aunque el ovillo menormente liado, queda depositado en nuestro corazón, cuyo peso se hace difícil de soportar, damos vueltas y más vueltas, y es como si nos hubiéramos atragantado, nos impresiona que vivimos indigestados psicológicamente, no hemos superado el “golpe”.

Pero la vida sigue, y llega el mañana y el otro mañana, y pensamos como deshojar ese gran peso, que se deriva del sentimiento de preocupación, como manejarlo, como librarnos de él, porque realmente cada día, es más difícil de soportar tanta carga. Esta reflexión nos conduce a la vivencia del primer problema, al que asistimos en la comunicación, los prejuicios. A quien se lo puedo comentar, es tan profundo, es tan importante, es tan personal, es tan trascendente, es que afecta a la familia en su totalidad, o a los hijos en particular, o  a algún miembro del hogar, del que no quisiera que trascendiera nada.

Los prejuicios, siempre están presentes entre los interlocutores, tengan o no tengan amistad, se conozcan mejor o peor. Él,  que pensará de mi problema, que concepto extraerá de mi comunicado, que se podrá imaginar de mi situación, como lo podrá vivir, además lo podrá comentar con otra persona, hasta donde entonces le podré decir, y de qué modo. Lo conozco, se cómo piensa, es generoso y bueno, sé que me aprecia y respeta, me considera a mí y a los míos de corazón, se que está a mi lado, siempre lo ha estado, pero….es tan delicado… es tan sensible y versátil, y si no lo entiende tal y como ha ocurrido, y lo da otra interpretación.

Otro obstáculo en la intercomunicación es la desconfianza; este requiere un tratamiento más claro, más sencillo. No confío, no me ofrece la seguridad que necesito, no tengo nada de fe en esa persona, o por lo menos dudo, de aquí que claramente renuncio a contarle nada, me quedaría insatisfecho y disgustado, además tengo noticia de que no es una persona de fiar, y de todas formas, no la he tratado lo suficiente, para disponer de un recto criterio. Decidido, jamás le relataré nada.

En otro apartado situamos aquellas personas cercanas, con las que convivimos y que pueden pertenecer a nuestra esfera de amistad, al grupo de amigos primarios, de siempre, que nació en el colegio, y cuyo trato ha seguido. Una visión, incluso superficial, nos permitirá observar que podemos, groso modo, realizar dos grupos, uno los reservados, los más serios, los que su comportamiento es más riguroso, los que observan un comportamiento más formal, a la vez que hay otro grupo, que en ocasiones denominamos “bocazas”, más fáciles de verbo, con una comunicación más fluida y abundante, que sabemos que es difícil que dado su carácter abierto, amable y locuaz, puedan reservarse algún acontecer de la vida, por lo que de entrada, quedan excluidos de la posible participación de un hecho íntimo, personal, familiar e importante.

Después de esta exposición general, hemos de tener siempre dos aspectos presentes. El primero y esencial, es que está indicado como positivo la necesidad de compartir, la necesidad de liberarnos de las preocupaciones, la necesidad de exponerlas a aquellas personas cercanas, y que tengamos la sensación de que nos entienden, pues ello significa al final, primero; que nos liberamos en parte de una carga que nos pesa psicológicamente, y en ocasiones llega a “cansar,”? cuantos pacientes se quejan de cansancio en la consulta¿, y en el fondo se trata de un nudo que ha ido creciendo, y que es necesario “desatar”, y segundo; que en la visión de la exposición, lo normal es que veamos de otro color el tema.

Por otra parte hemos de vivir, que el sentimiento que tenemos del otro, es el que éste tiene de nosotros, pues  hay una ley, por la que, lo que yo piense de uno, ese uno piensa de mi, desde esta perspectiva, aquella persona siempre cercana, que siempre nos atendió, a la que tenemos un aprecio especial, con la que nos sentimos siempre satisfechos, con la que encontramos comprensión, a la que sentimos siempre cerca, es a la que sin prejuicios y con total confianza,  hemos de exponer aquello que nos preocupa. Sentiremos siempre una respuesta positiva. 

Fuente: Dr. Baltasar Rodero. Psiquiatra. Santander, Julio 2023